Mi primera vez

Recuerdo la primera vez que escuche una canción de ellos. Tenía yo alrededor de ocho años, mi madre me inscribió a un curso en un sitio de Cuernavaca llamado “La Casa de la Ciencia” que luego les comentaré acerca de él.

Pero ya me salí de contexto. A pesar de ser una niña muy sociable, a veces era algo solitaria, por no decir despistada. Ese día recuerdo que comencé a dar vueltas por el instituto y llegué a un pequeño auditorio. Escuché una canción, jamás la había oído, entré sin que nadie me viera y vi a un grupo de niños en el escenario cantando. La maestra, que no recuerdo que taller impartía, cantando con ellos una canción en inglés. Después de que terminaron, me acerque a la maestra y le pregunté con voz tímida que si yo podía participar también. Me dijo cruelmente “La convocatoria salió hace unos días, ya no te puedes inscribir”. En realidad nunca vi esa dichosa convocatoria, pero aun así. Todos los días que duraron los ensayos iba al auditorio y me metía sin que nadie lo notara, me ocultaba atrás de los asientos. Después de un par de ensayos me sabia completa la canción, sin saber aún, quien la cantaba. Pasaron los días y hasta la coreografía logré aprenderme. Todo en vano. Pero la canción llamó mucho mi atención. El último día del ensayo fui de nuevo, como todos los días, a verlos cantar e imaginarme que yo también lo hacía, pero cuando quise entrar el guardia me vio y me prohibió la entrada, me quedé afuera, tarareando la canción junto con ellos. Al finalizar el ensayo y ya que vaciaron el auditorio, entré. Sólo estaba la señora de la limpieza, me preguntó dulcemente que se me ofrecía. Le dije mirando a un punto fijo en el piso “Olvidé algo” mientras recogía una hoja blanca con letras impresas. Le hice un ademan con la mano despidiéndome y salí corriendo. Lo primero que leí fue:

“Hello Goodbye – The Beatles”.

El día del cierre del curso, que se hizo en un auditorio de esos grandotes o que en ese entonces yo veía enorme, asistió mi madre, que estaba sentada unos cuantos asientos atrás del mío. El momento de que los niños cantaran llegó. Comenzaron a subir y mis ojos se llenaron de lágrimas. Cantaron y con voz quedita, yo la cantaba con ellos. Mis pies se movían al ritmo de la canción con la coreografía que los demás también hacían. Se escuchaban muchos aplausos al termino del número y se veían sonrisas en las caras de los padres de los niños. Ellos tomaron asiento y justamente dos de las niñas que participaban se sentaron al lado mío.

“¿Y tú por qué no cantaste?” “¿No te eligieron, verdad?”

Yo sólo sonreí y respondí:

“No, pero yo si se quienes son los que la cantan”

Y heme aquí, hoy, a mis diecinueve años, gritando lo mucho que los amo. Por eso, dedicaré los miércoles a ellos, a ellos que conocí por primera vez en Encarta. A ellos con los que canté sola detrás de los asientos del auditorio, moviendo mis pies al ritmo de sus guitarras.